domingo, 13 de enero de 2013

Mendoza: agitación por apariciones de OVNIs (julio y agosto de 1968) [1ra parte]
por Dr Roberto Banchs (CEFAI)
Crédito: Visión OVNI


A mediados de 1968 Mendoza fue conmovida por una serie de inusitadas denuncias sobre portentos y fenómenos celestes, algunas de las cuales incluyeron los todavía más extraños ocupantes. Entre estos informes se mencionan el de la enfermera Adela Casalvieri de Panasitti, del lunes 22 de julio, y el del policía Arsenio Romero, del viernes 9 de agosto. Los testimonios que aquí se ofrecen están basados en las entrevistas grabadas por nuestro colaborador Antonio Baragiola en marzo de 1970 y algunas notas de prensa de la época.

El caso de la enfermera A. C. de Panasitti

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La testigo Adela Casalvieri de Panasitti.
Mientras cumplía su guardia nocturna en el Hospital Neuropsiquiátrico Carlos Pereyra (calle Ituzaingó 2837, Mendoza), la enfermera Adela Casalvieri de Panasitti, de 45 años de edad, fue sorprendida a las 1,20 horas de la madrugada del lunes 22 de julio por un zumbido intenso en los oídos, en circunstancias de hallarse en el consultorio prin­cipal preparando algunos medicamentos. “Sentí un ruido fuerte en el oído -manifestó-, un zumbido fuerte que me quedaba como sorda, así, y cuando salí yo creí que me estaba haciendo mal el gas, y salí al patio. Cuando salí, observé el patio; yo creí que con el aire se me iba a ir el ruido, pero después de salir al patio, me enfocaron. Y des­pués ya no… lo… el ruido ya no lo sentí más fuerte, porque como me enfocaron…este… y me llevé las manos a la cara. Entonces quería sacar las manos de la cara para ver qué era y no podía, porque me enfocaban tan fuerte, ¡que no podía!”.

A una distancia estimada en 20 m, y dirección sur, se encontraba la fuente de ese rayo de luz roja que impresionaba su rostro. Sin embargo, la testigo se mantuvo de pie, con las manos en su acalorada cara, y sintiéndose “paralizada en los pies, nomás, pues no me podía mover; parecía que estaba pegada al suelo”.

Recién cuando el objeto comenzó a elevarse lentamente (al modo de un helicóptero); y luego alejarse inclinado para traspasar una pared de unos 12 m de altura, la testigo dice que pudo retirar sus manos definitivamente y verlo con claridad, pues notó que ya no le enfocaban más, aunque volvió a sentir aquel ruido en los oídos, que le dañaban.

Advirtió que se trataba de un artefacto de varios metros de diámetro, en forma de un sombrero u hongo. Era de color aluminio, brillante, y la parte de abajo parecía girar rápidamente.

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Artefacto de varios metros de diámetro, en forma de un sombrero u hongo.

Como detalle, Adela C. de Panasitti vio unas ventanillas, a través de las cuales percibió unas figuras moviéndose en el interior. “Había unas cuan­tas figuras que se movían. No se veían claras las personas adentro. Yo vi por las ventanillas que i­ban unas para aquí y otras para allá… No se veía bien, porque estaba bien lejos. Pero gente que iba adentro se veía bien claro”.

Esta visión de los ocupantes ocurre en momentos en que la enfermera retira las manos de su rostro y observa hacia el sur cómo el objeto se iba elevando despacio: “Entonces yo vi gentes -dice- que iban dentro del objeto, gente a quienes se les veía la mitad del cuerpo. La cabeza no se les veía, nada más que el cuerpo a la mitad. Pero yo vi a esa gente aden­tro que caminaba. No había una sola, sino que eran varias que caminaban unas para aquí y otras para allá adentro”.

El aparato tenía las ventanillas, cuadradas, en el medio y unas antenas grandes a ambos lados y muchas luces de colores.

Ese objeto habría descendido “en el medio del patio, ahí se había posado”, según la enfermera. La superficie del patio es de unos 150-200 m2 y estaba iluminado únicamente por las lámparas de la galería del pabellón viejo de mujeres, en los fondos del establecimiento. De acuerdo a Adela Casalvieri de Panasitti, cercano al sitio del aterriza­je “había dos plantitas en unos canteros, cuyas hojas se cerraron todas, se quemaron. También, un pimiento que estaba en el patio -agrega-, se quemó todo hacia abajo, pues sus ramas eran inclinadas”.

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El caso de la enfermera en el Diario Los Andes.
En el lugar donde se habría posado el raro artefacto, quedó una marca de 80 por 30 centímetros, color plomizo, dando la impresión de haber sido quemado. De acuerdo a lo consignado en las versiones, esta mancha permaneció dos días y cuando regaban todo el patio notaron que sólo el lugar donde estaba la marca, se secaba más rápidamente.

Al preguntársele si algún técnico dictaminó si había radiactividad en el lugar, del aterrizaje, Adela afirmó sin rodeos: “¡Sí!, sí, había. Porque se llevaron un pedazo de (cemento de) pórtland y ramas de árboles”.

Ajustándonos siempre al testimonio de la enfermera, el OVNI le produjo un intenso calor, “como cuando está el Sol caliente, o cuando pasa al lado de una caldera”, percibiendo además, junto a sus compañeras, un olor a azufre quemado al tiempo en que se fue el objeto. Asegura que el inusual fenómeno le ocasionó quemaduras en las manos, el lado derecho del rostro y el cuello: “Me revisó un médico que vino de la Fuerza Aérea, y dijo que había radiactividad en los aros que tenía puestos y el reloj. Tenía radiactividad”. Más adelante dirá: “El reloj se paró a las 1,30 horas. También te­nía radiactividad, junto con los aros. Y tenía puesto en la cabeza un gorrito de lana, porque hacía tanto frío. Lo tenía quemado en toda esta parte”, indicando a la derecha y atrás de su cabeza. La testigo afirma que las quemaduras fueron causadas por la presunta radiacti­vidad, presentando “un grado de quemadura” (NdR: la enfermera pareciera querer decir que las quemaduras eran de primer grado[1]).

El episodio concluyó cuando el objeto desapareció y la testigo logró recobrar la movilidad, pidiendo auxilio a los gritos (NdR: otra versión señala que no recuerda haber gritado). La enfermera no alcanzó a llegar hasta la puerta, porque se le vencieron las piernas y cayó al suelo de rodillas. Momentos después, se hicieron presentes sus compañeras, que estaban en un pabellón lejano, notando el penetrante olor a azufre desprendido, al parecer, por la mancha de pequeñas proporciones.

Como dato adicional, la señora de Panasitti comentó que esa noche los enfermos mentales -habitualmente inquietos- estaban calmos. “No se había despertado ningún enfermo; ninguno, porque suelen levantarse de noche a tomar agua y esa noche nadie se levantó. Estaba el silencio de la noche”, sentenció.

Las pericias oficiales

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El diario France Soir se refiere a los rastros de radioactividad.
El médico Juan José Villapriño, director del nosocomio provincial, informó de inmediato del episodio al subsecretario de Salud Pública y al mi­nistro de Gobierno -según dijo una fuente-, pero los detalles de la presunta investigación no fueron revelados. Sí pudo saberse que intervino en los hechos el Servicio de Inteligencia de Aeronáutica (SIA), la Policía Científica, y personal de la Comisión Nacional de Energía Atómica, quienes examinaron el lugar[2].

Una fuente reservada, aunque no confirmada, advirtió a los medios periodísticos locales que la enfermera lleva cinco años trabajando en ese hospital y que no es una persona sugestionable. Se trata de una mujer física y psíquicamente normal, de acuerdo a lo que se dijo. Inclusive, luego de su experiencia se la habría sometido a varios exáme­nes que dieron prueba de su normalidad. Creyendo en un principio que podría haber su­frido una epilepsia temporal (por las luces y colores que manifestó ver), se descartó luego esta posibilidad.

Otra de las versiones indicaron que al día siguiente técnicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), provistos de un contador Geiger, comprobaron en el lugar del presunto descenso “radiactividad básica”, y que miembros del Servicio de Inteligencia de Aeronáutica (SIA) y de la Policía Científica se llevaron muestras de la mancha y algunas hojas de los árboles para analizarlas, cuyos resultados se desconocen (l).

¿Otros testigos?

Aunque la noticia no pudo ser confirmada, fuentes periodísticas señalan que esa noche las hijas del comandante Victoria, que se alojaban en el casino de la guarnición, vieron un objeto luminoso, en forma de huevo, que despedía diferentes tonalidades (rojizas, azules y anaranjadas), desplazándose raudamente por el espacio (2). A su vez, al preguntársele respecto a otros posibles testigos, la señora A.C. de Panasitti indicó: “Dicen que lo vio el sereno del hotel, de la calle Santiago del Estero, que lo vio bajar pero no se adónde” (NdR: se trataría de un hotel que hay detrás del hospital). Según nos comunicó la hija de la enfermera en fecha más reciente, el sereno vio cuando el aparato emprendió vuelo.

A este presunto testigo se lo ha relacionado con la breve noticia de prensa que dice que “la señora de Panasitti no hizo la denuncia en la policía, pero sí un vecino al que no pudimos identificar por ahora” (3) 

Consideraciones sobre el caso

El episodio que hemos expuesto, conforme a las infor­maciones que fueron de dominio público, parece sostenerse en varios aspectos sobre un conjunto de rumores y versiones que -por diversas circunstancias- no han podido verificarse, creando cierto halo de misterio a un hecho por demás desusado. Sin embargo, de lo que no hay dudas, es que Adela Casalvieri de Panasitti dijo haber sido testigo de un fenómeno inaudito.

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Impacto del caso en el diario El Andino.
Nuestra tentativa de investigación, años después, se vio frustrada parcialmente con la noticia del fallecimiento de la testigo, ocurrido diez años más tarde. Empe­ro, fue posible dialogar con sus hijos, Vicente y Cristina Panasitti, quienes nos aportaron algunos datos. Adela nació el 1 de diciembre de 1922 y su deceso se produjo el 14 de junio de 1978, víctima de cáncer intestinal, que -aparecido en 1974- sospecharon podría ser culpa de “la radiactividad que no sería poca, pues la dejó mal por las quemaduras”.

Es oportuno mencionar que el técnico Francisco Muñiz, de la Comisión Nacional de E­nergía Atómica, que realizó la “determinación radiactiva” en varios casos ufológicos ocurridos por esa fecha en Mendoza, declaró en ocasión del comentado episodio de los empleados del casino (véase: LOS IDENTIFICADOS VII, 1994) para un importante semanario: 

“No encontré en ningún momento nada de radiactividad sobre lo normal. En la inspección que realizamos en el Hospital Neuropsiquiátrico -agregó- tampoco encontramos nada” (4).

No obstante, según parece, si se habrían registrado “indicios de radiactividad”, esto no debería sorprender puesto que resulta un hecho relativamente frecuente en muchos lugares. En una vía especulativa, es posible también que la superficie del patio (de “cemento Pórtland”) contenga partículas radiactivas, a sabiendas que en Mendoza se encuentran unos yacimientos uraníferos considerados entre los más importantes del mundo.

Es poco difundido que hasta la misma pintura o esmalte fosforescente de las manecillas de los relojes agita las agujas de los contadores Geiger, sin riesgo para los usuarios. De cual­quier forma, la hipótesis ensayada queda expuesta para su constatación. Así las cosas, tendríamos que ceñimos a la declaración del técnico de la CNEA, como la autoridad que realizó las mediciones, y aceptar que la testigo o los medios que recogieron la ver­sión cometieron un error por desconocimiento.

Por otra parte, cuando se le preguntó a la señora quién fue el médico que la revisó, no pudo precisarlo, sólo acotar que era de la Aeronáutica. Sus hijos nos han dicho, incluso, que no tienen comprobante alguno y que, pese a las quemaduras (“como si hubiera estado dos días en la playa tomando Sol”, dice Vicente), no le prescribió medicación o tratamiento alguno. Tampoco otros médicos lo hicieron, debiendo sólo guardar reposo.

Según Diario de Cuyo, San Juan, el examen médico al que fue so­metido la enfermera mostró que la quemadura que presentaba en el lado izquierdo del rostro y que ella atribuyó a la fuerte luz, podía haber sido una reacción alérgica, y en la base de la mandíbula presentaba una mancha que persistió varias semanas, que fue desapareciendo paulatinamente. Los poros de la piel estaban dilatados. En el otro lado de la cara, presentaba un enrojecimiento no tan definido.

Naturalmente, todo esto -por sí sólo- no alcanza a explicar de modo concienzudo el conjunto de presuntas evidencias (detención del reloj, quemazón del gorro de lana, enrojecimiento de la piel, etc.). La interven­ción del ufólogo mendocino Antonio Baragiola se ha limitado a la tarea de encuesta, sin arriesgar una opinión sobre su autenticidad, o falsedad. Y de la investigación “oficial”, como se ha visto, poco ha trascendido.

Quizá por ello el caso de la enfermera de­rivó en varias hipótesis. Hay quienes consideran que el testimonio de la mujer se co­rresponde de manera fidedigna a los acontecimientos ocurridos en el Hospital Neuropsiquiátrico. Otros, desde una perspectiva tal vez más racionalista, estiman que todo se debió “a un estado de semiinconsciencia producido por el encierro y el calor de la estu­fa” (5).

Al menos, esta parece ser la conclusión a la que habría llegado la Jefatura de la Policía de la Provincia, cuando emite un comunicado en relación con los testimonios de algunas personas “que dicen, haber sido testigos o afectados de algún modo por estos fenóme­nos”, resultando en todos los casos y sin excepción, que no se ha comprobado absolutamente ninguna de las aseveraciones sobre supuestos acontecimientos desusados.

Haciendo una presunta alusión respecto a los informes tratados en este artículo, el comunicado expresa: “Al parecer se trata so­lamente, en algunos casos, de fenómenos alu­cinatorios…” Y añade: “se destaca que todos los indicios materiales localizados y a­nalizados responden a causas naturales y comunes libres de interpretaciones extraordinarias…” (6).

Un hecho que respalda este punto de vista es que “el ruido fuerte en el oído, un zumbido fuerte que -según A. Casalvieri de Panasitti- me quedaba como sorda”, no fue escuchado por el resto del personal del hospital a­llí presente, y sí en cambio, los gritos que la enfermera profirió alarmada por su extra­ña visión.

¿O acaso debiéramos pensar que un misterioso “campo de fuerza” aturdió a la enfermera, adormeció a los pacientes, y en­sordeció deliberadamente al resto del perso­nal de guardia? Semejante versatilidad y propiedades prodigiosas estarían en contras­te con una supuesta tecnología que muestra fugas radiactivas y pérdidas de aceite.

Otro dato se agrega a los existentes. Ape­nas unas semanas antes de producirse el caso, exactamente el miércoles 3 de julio, se ha­bría proyectado por el canal 9 de Mendoza (por entonces, una de las únicas dos emisoras de televisión de esa ciudad), el episodio 22 de la consagrada serie Los Invasores, “El Enemigo”, cuya protagonista invitada fue en esa ocasión -curiosamente- una enfermera…[3].

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[1] Quemaduras de primer grado son las que, sin romper la piel, producen solamente enrojecimiento de la misma.

[2] Otro de los informantes dijo que al otro día del fenómeno arribaron al lugar técnicos de la CNEA. Al hacer funcionar un contador Geiger, se comprobó que en el sitio del supuesto descenso del OVNI había “radiactividad básica”. Dicho sea de paso, la radiactividad es una microonda producida por la desintegración de cier­tos átomos.

[3] El estreno de la serie televisiva Los Invasores se produjo en Mendoza el 7 de febrero de 1968, antecedida por una marcada publicidad (7) y continuada con gran expectativa. El episodio en cuestión presenta diversos matices de interés, -entre ellos, el conflicto ético de su profesión y algunas problemáticas personales-, así como otras llamativas coincidencias con el caso protagonizado por la enfermera de Mendoza, aunque bastante comunes de los relatos de OVNIs y de ciencia-ficción (rayo desintegrador, características de la nave, etc.). En ­torno a ella se desenvuelve una trama cuando ve descender una nave y decide prestar ayuda a su tripulante.

Continuará... 

http://www.visionovni.com.ar/modules/news/article.php?storyid=910

2 comentarios:

  1. Luis,yo escribi esto para el programa de Jose Luis Fernandez, y la no era el Pereyra, el hospital, sino El Sauce. Que está en Guaymallén, el distrito del mismo nombre. Algo no anda bien en la info. Igual,voy a leer todo para comparar con mi archivo.Un saludo.

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    1. Los diarios de la época (Los Andes, El Andino) no especifican el nombre del hospital. El que menciona el nombre de El Sauce (que está en el distrito de El Bermejo)es un artículo, sin autor conocido, publicado en la Revista Cuarta Dimensión Nº38 (http://www.revcuartadimension.com.ar/revista/revista_038.html#.UPMxjfIf5qI)con el título: "21 de julio de 1968: Un OVNI sobre el hospital neuropsiquiátrico “EL SAUCE” (Mendoza)"; pero en el contenido de la nota no se especifica el nombre del hospital neuropsiquiátrico de referencia. Mi impresión es que se le adjdicó el nombre de "El Sauce" más por suposición que por certeza...

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