lunes, 23 de septiembre de 2013

El Cristianismo y la búsqueda de inteligencia extraterrestre

El Cristianismo y la búsqueda de inteligencia extraterrestre
Una revisión de Science, Religion and the Search for Extraterrestrial Intelligence de David Wilkinson.
Por Emma Crichton-Miller


Crédito: booktopia.com.au
En 1960, en West Virginia, el astrónomo Frank Drake inició el primer intento científico sistemático para analizar los cielos en busca de la comunicación extraterrestre. Hoy, SETI (la búsqueda de inteligencia extraterrestre), que requiere importantes inversiones de dinero y esperanza, sigue siendo el intento más audaz para resolver la cuestión de si estamos solos en el Universo o si, en algún momento, en algún lejano planeta extrasolar evolucionaron otras formas de vida inteligente.

Para algunos, una sola señal clara -una señal intencional en el sonido radial de fondo del universo- sería suficiente para cambiar para siempre la comprensión del universo y, en particular, el lugar de los seres humanos que lo integran. Por encima de todo, están los cristianos cuyo sistema de creencias requeriría la más nueva calibración: se dedican a una comprensión bíblica de la posición del hombre en el universo y creen que los eventos únicos de nacimiento, muerte y resurrección de Cristo confirman la relación especial entre un Dios creador y Su creación terrenal. El pensador de finales del siglo 18 Thomas Paine declaró en The Age of Reason que cualquier persona que crea ser tanto un cristiano y un defensor razonable de la idea de la existencia de otros mundos "ha pensado muy poco de ambos". 

Este libro es una valiente réplica a Paine. David Wilkinson, profesor de teología y religión en la Universidad de Durham, es a la vez un astrónomo y un cristiano. Tiene doctorado en astrofísica teórica y teología sistemática. Aquí se compromete a estudiar las consecuencias para el pensamiento cristiano de los últimos avances en la búsqueda de vida extraterrestre. Como metodista, escrupulosamente investiga la ciencia involucrada y ofrece una reconsideración detallada de esta ciencia a la luz de la suya y de otras creencias cristianas. 

En el siglo tercero antes de Cristo, el filósofo griego Epicuro escribió: "Hay infinitos mundos, iguales y diferentes al nuestro... Debemos creer que en todos los mundos hay criaturas vivientes". Desde hace más de 2.500 años los seres humanos han especulado sobre la vida más allá de nuestro planeta. La lógica del infinito ha parecido exigir la creencia de que en algún lugar, ya sea en este o en otro universo paralelo, los accidentes intencionales (o sin sentido) que llevaron a nuestra existencia han logrado lo mismo para los pequeños hombres verdes u otras formas inimaginables de la vida. Como Wilkinson señala, los filósofos y los científicos en la tradición judeo-cristiana han estado a menudo a la vanguardia de este tipo de pensamiento, su fe en un Dios benigno y todopoderoso que lleva a asumir un orden inherente en el mundo natural y se regocijan en Su capacidad para fomentar la vida extravagantemente en todo el Universo.

En contraste con esta presunción franca a favor de la inteligencia extraterrestre ha habido dos líneas de pensamiento. Algunos cristianos que se adhieren al relato bíblico de la especial relación de Dios con los seres humanos, han considerado blasfemo desafiar el lugar central de la Tierra en el plan de Dios (Giordano Bruno fue quemado en la hoguera en 1600 por su osadía de hacerlo). Desde una perspectiva opuesta, los biólogos evolucionistas desde Charles Darwin hasta nuestros días se han burlado de las improbabilidades multitudinarias de la evolución de la vida de manera absoluta, dejando sólo a la vida inteligente. Para algunos cosmólogos contemporáneos, ha llegado a parecer casi milagroso cómo estas posibilidades perfectamente alineadas lo han sido en el caso de nuestro planeta "Ricitos de Oro", y por lo tanto prácticamente imposible que lo mismo pudiera ocurrir en otros lugares. Como Wilkinson dice, incluso si fuéramos a encontrar rastros de vida primitiva en Marte "es un largo camino para pasar de las arqueobacterias a un contador".

Wilkinson, sin embargo, valientemente defiende SETI desde todos los rincones. Con un pie en la roca de la ciencia, aborda la paradoja, enunciada en 1950 por el físico Enrico Fermi, que si la Tierra no es especial en tener vida inteligente, "¿Dónde está todo el mundo?". Con su otro pie sobre la roca de la fe, explora cómo los pensadores cristianos han extendido el alcance de la salvación a los límites más lejanos del universo conocido y desconocido mientras se imagina esperando que en otros planetas puede haber habido ninguna manzana, y de ese modo no habría pecado.

La dificultad es que, a pesar de aquello, el libro se divide en dos mitades. El ajuste incómodo entre la ciencia basada en la evidencia y la apologética cristiana se ve agravada por la atención innecesaria que Wilkinson da a teorías extravagantes sobre los OVNIs y otras fantasías, y por la ausencia de análisis de las perspectivas de las otras grandes religiones. Su argumento es completo en vez de elegante y en algunas ocasiones irritantemente falla en no identificar más allá el nombre de las autoridades que cita, para que el lector tenga para comprobar la posición que ocupan en el debate.

De acuerdo con la enseñanza de John Wesley, el fundador del Metodismo, quien instó a los que desean abrazar la idea de la vida extraterrestre a "no ser tan positivos", Wilkinson es cuidadosamente agnóstico sobre su eventual descubrimiento. Sin embargo, está claro que, para él, como para muchos cristianos, "el silencio eterno de los espacios infinitos", como dijo Pascal, ofrece una mayor amenaza existencial que el descenso de categoría de la centralidad de la Tierra que el descubrimiento de extraterrestres requeriría. 

http://www.newstatesman.com/2013/08/infinite-space 

Modificado por orbitaceromendoza

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