domingo, 16 de junio de 2013

Zapala (Catán Lil), Neuquén: Una carta patética (14 de mayo de 1962)
por Dr Roberto Banchs (CEFAI)
Crédito: Visión OVNI


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Lugar donde ocurrieron los hechos.
El 13 de mayo de 1962 tuvo una gran significación para la historia de las observaciones de platos voladores en la Argentina. Ese día, según crónicas de la época, “una verdadera flota interplanetaria inició su recorrido de varios días por nuestro país”. Las denuncias llovieron aquella jornada desde varias provincias por centenares. La mayor parte procedía de Mendoza, La Pampa, Córdoba y Buenos Aires, aunque también se recibieron informes de La Rioja, Catamarca, San Juan, Santa Fe y Neuquén. Los avistamientos se produjeron en tamaña geografía en un lapso de apenas una hora, aproximadamente, entre las 4 y las 5 horas de la mañana (l).

Al día siguiente, en la madrugada del lunes 14, un viajante ocasional protagoniza un dramático encuentro con una nave que aterriza en la soledad del paisaje neuquino. En su interior, varias sombras se movían como operando palancas. Ocurrió en el trayecto que une Zapala con Junín de los Andes. La experiencia es narrada por Aurelio Adriano Lilli, un joven oriundo de Córdoba, en una carta dirigida a su madre, donde revela la honda emoción de los momentos vividos. La misma fue publicada con expresa autorización de su padre por el diario Córdoba, de la ciudad homónima, en su edición del 12 de ju­nio de 1962. El contenido de la carta, fechada el 24 de mayo, es ampliamente coincidente con la información que, en detalle, nos ofreció el testigo.

Por lo tanto, creemos innecesario incluir ambas versiones, pero estimamos pertinente reproducir a continuación los párrafos iniciales de aquella carta, por su emotividad:

“Madre mía: ¿Qué pasará? ¿Qué pasa en este mundo? Estoy aterrado, tiemblo de miedo, nunca, nunca me imaginé tremenda cosa. Creo que me moriría de temor. No me creerás, pero eres mi madre y te lo cuento a ti sola porque los demás me tomarían por loco. Nadie, nadie lo sabe. No me atrevo a contarlo. ¡LO VI!, ¡LO HE VISTO, madre! Y lo vi con mis propios ojos. Casi me paralizó de miedo, me temblaba todo el cuerpo. Sentí un escalo­frío. ¡UN PLATO VOLADOR!, te lo juro por mi vida, por lo que te quiero; créeme, madre, porque otro no me creería. ¡VI UN PLATO VOLADOR!, tan cerca que quisiera estar soñando, pero lo tengo tan presente que no se me va de la cabeza. ¡Lo vi!, ¡Lo vi! ¡Es cierto!"

“Yo no creía en eso, pero justo a mí me tocó. ¡Es verdad! ¡Tiene mecanismos, es ciertísimo y no son de la Tierra! Lo vi a setenta metros de distancia. Yo estaba en el campo, solo, como a 160 kilómetros de Zapala; iba con mi moto, se paró la misma de pronto y se hizo presente ese aparato. ¡Madre, casi me muero!”.

La lectura de esta carta (aunque más no sean unas líneas) admite algunas reflexiones. En ella, el testigo se vuelca más a exponer las sensaciones que le produjo la insólita aparición, antes que a relatar el hecho en sí. Está dirigida a su madre, con una carga de emoción primigenia que sólo ella puede evocarle, y comprender. Tiene la convicción de que su madre es la única persona capaz de creerle y contenerlo. Podríase afirmar, además, que la car­ta opera aquí como un síntoma-señal, en donde el sujeto expresa en forma intempestiva sus emociones y las causas que desencadenarían esa conducta.

Aurelio Lilli manifiesta abiertamente una tensión afectiva y un estado especial de ánimo. Una excitación que trae por consiguiente la aceleración de todos los procesos psíquicos (asociación de ideas, sucesión de representaciones, etc.). El lenguaje escrito es un flujo continuo de palabras, de frases rápidas, que revelan de manera evidente la organización de su pensamiento.

La investigación

A pesar del singular relato, no conocimos encuesta alguna. Nuestra investigación pudo efectuarse muchos años después, exactamente en febrero de 1989. La misma estuvo prece­dida por varias comunicaciones epistolares y telefónicas, anticipándole al testigo el propósito de iniciar una investigación que ampliara los datos que teníamos consignados e intentar esclarecer -dentro de lo posible- la naturaleza de lo observado.

El testigo nació en Córdoba, el 5 de enero de 1938 (es decir, por entonces tenía 24 años, y no 21, como se indicara). No concluyó los estudios secundarios y trabajaba en algo de electrónica y se desempeñaba como radio-operador en la Comisaría de Zapala, con el grado de Agente de Policía.

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Aurelio Adriano Lilli se mostró colaborador y aceptó, incluso, someterse a una peri­cia psicodiagnóstica.

EL TESTIMONIO: Aurelio A. Lilli comienza su exposición sosteniendo haber sido testi­go ocular de un hecho prácticamente increíble y por ello, es que transcurridos unos días del avistamiento, decide escribirle una carta a su madre, sin haber hecho comentarios previos, convencido de que nadie le iría a creer, a excepción de ella, pues “sen­tía la necesidad interior de comunicárselo a alguien”. Con posterioridad, sin mediar consulta alguna, su padre entregó la carta a un diario de la ciudad de Córdoba, lo cual le produjo cierto enfado, pues consideró que ya era demasiado con esa experiencia.

“Por esos días -nos dice Lilli- las observaciones de estos objetos eran corrientes en casi todo el país. Los habíamos visto varias veces. El día anterior (domin­go 13 de mayo), había visto una formación de 5, 3 y 2 objetos desde el primer piso del lugar donde trabajaba. Lo vio mucha gente. En esos días se vieron muchos en la zona y otras partes del país. Inclusive se habían pedido informes a la Jefatura de Policía".

En aquella oportunidad, Aurelio Lilli decidió emprender un viaje con su motocicleta Gilera, desde Zapala hasta Junín de los Andes, distante unos 200 kilómetros, pues tenía la intención de ver a un amigo chileno, que partiría al país trasandino. El osado viaje transcurrió con algunos ligeros contratiempos, pues “la motocicleta tenía fallas desde hacía rato, y venía fallando, al punto de pensar en desistir en continuar porque son lugares muy inhóspitos, especialmente en esa época”. Empezó a fallar más seguido, a ratear, hasta que finalmente se detuvo en el camino. Había recorrido unos 160 kilómetros, faltaban unos 40 para Junín de los Andes, pero eran aproximadamente las 3,00 horas de la mañana, hacía muy baja temperatura y el camino de tierra era muy difícil de transitar. Provisto de una linterna y algunas herramientas intentó repararla para seguir viaje. Se hallaba en esa tarea cuando se dio vuelta y mirando al cielo estrellado, bien alto, vio una esfera luminosa -una estrella fugaz, pensó- que resplandecía como descendiendo hacia él y que luego se perdió o se apagó. Continuó con su tarea, pero al rato, vuelve a darse vuelta, “con una sensación medio rara, tenía miedo, por instinto…, es que uno solo en el camino, entra a pensar muchas cosas”, nos aclara. En esos momentos, ve nuevamente la esfera, pero más grande, y seguía descendiendo, hasta que vuelve a desaparecer. Aurelio Lilli mostró ahora mayor preocupación: “Comencé a pensar cualquier cosa por el miedo lógico que uno tiene de estar ahí, en un lugar muy desolado”, insiste. Nuevamente desapareció por un rato y el joven prosiguió abocado a su moto, cuando advierte una claridad a sus espaldas y ya, presa de miedo y de asombro-, se da vuelta y ve un objeto que se hacía cada vez más grande y que descendía en forma vertiginosa. Calcula que tendría unos 25 metros de diámetro. “Entre el estupor y el miedo terrible que tenía -confiesa Lilli-, veo que sale una lengua de fuego de abajo, como una llamarada rojo-anaranjada, y oscila en el aire, como tambaleándose, siempre a unos 4 o 5 metros de altura (virtualmente suspendido) y se va posando lentamente”.

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Objeto visto por Aurelio A. Lilli.
El objeto despedía luz muy blanca, como fluorescente, que se encendía y apagaba en forma intermitente. “Incluso yo percibía -agrega A. Lilli- como un relais (relay): ‘tec-tec-tec-tec…’, y alrededor todas se encendían y apagaban, pero muy rápido, era un parpadeo”.

En esos momentos también escuchó “un silbido, o zumbido muy fuerte, estridente, ‘fsfshéishefs’, una cosa como si algo girara. El silbido era realmente fuerte cuando bajaba, como hace una turbina de un avión, una cosa así”, afirma Lilli.

Recién entonces cuando el artefacto llegó a posarse en el suelo, cesó el ruido y se apagaron las llamaradas.

“Estaba conciente, pero con mucho miedo -nos dice el azorado testigo-; recuerdo que temblaba, en esa inmensidad, de noche, y lo inhóspito de la zona…”.

El aparato se hallaba a unos 100 metros de distancia, dándole la impresión de ser redondo y chato. Parecía tener forma lenticular, “como dos platos invertidos superpuestos”. El testigo pudo notar una suerte de cúpula redonda, arriba. “Se veía como una cúpula donde también se encendían unas luces de varios colores anaranjado, verde, co­mo las balizas de la policía. En la cúpula, adentro, era como si se reflejaran. Ésta podía ser de plástico, flexiplast, como en los aviones de acá. Me pareció una cosa así porque la luminosidad que salía de ahí, daba a pensar que era transparente”.

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Algunos detalles del objeto observado por Aurelio A. Lilli.
A pesar del miedo que lo embargaba, Aurelio Lilli decide acercarse. “Yo tenía la idea que alguien se estaría bajando, o las personas, alguien estaría tripulando este aparato, el cual no debe ser de la Tierra, porque ningún avión puede evolucionar como lo hacía”, sostiene.

“A mi me parecía que algo se movía adentro, de la parte central de este aparato, y quería ver si se bajaba. Dentro de la cúpula se veía algo como si se moviera. Ahí se veían algunos movimientos, como si movieran palancas. Eran movimientos, sombras, no sé cuántas. Tampoco podría decir si tenían forma humana, pero algo se movía adentro”, ex­presa el testigo reviviendo la expectación de aquellos momentos.

Allí se observaban luces diversas, pero tenues, “como si reflejaban, parpadeaban, todo, y muy ligero; hay que tener en cuenta -vuelve a insistir- que estaba en un estado de shock, temblando, agitado”. Sin embargo, el testigo debió cruzar un alambrado situado a la izquierda del camino (al este) y, pudiendo llegar hasta unos 60-70 metros del extraño artefacto, resuelve encender una linterna para iluminar la porción de abajo del mismo, que se hallaba en penumbras. Al hacerlo, también lo hicieron con más intensidad unas luces como ventanillas, que comenzaron a parpadear con mayor frecuencia, seguidas de otras ubicadas en la parte superior, “como si fueran destellos de un patrullero”.

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El testigo señala a Roberto Banchs el lugar del incidente.

Al mismo tiempo, comenzó el silbido a hacerse nuevamente cada vez más intenso, y a salir el fuego por abajo. “Todo comenzó con ritmo -relata Aurelio Lilli-, empezó la llamarada y el silbido: ‘schiu-schiu-schiu-schiu’. Se notaba, según me parece, como si se pusiera en movimiento algo. Me parecía que giraba. Y dije: "¡aquí se trata, lisa y llanamente, de un plato volador!’. No es otra cosa. No es de acá, de la Tierra”.

El sonido se tornó cada vez más intenso, hasta que el objeto empezó a elevarse, un poco lentamente y otra vez, a los 4-5 metros de altura, ese bamboleo. El silbido se hizo aún más fuerte, un movimiento ondulatorio, y se elevó en forma perpendicular. En instantes, según el relato del testigo, se perdió hasta hacerse un punto en el. cielo.

Cuando se marchó, recién entonces el testigo pudo llegar hasta el lugar donde estuvo posado el artefacto. El suelo estaba “blanquecino, chamuscado, como cuando cae una he­lada”, describe. Allí encontró, hundido unos centímetros, tres marcas rectangulares, a algunos metros entre sí. Cada “pata” tenía 30 o 45 cm de longitud por 15 cm de ancho.

Aurelio Lilli se quedó luego en el camino, pensando lo que le había acontecido durante ese largo rato, unos 15 minutos, difícil de precisar. “Quizá, si me quedaba quieto, ­allí, a lo mejor veía otra cosa, pero no fue así”, se lamenta. Momentos más tarde, ve unas luces, pero esta vez en dirección al camino, hacia adelante, que venían acercándose. Pensó que se podría tratar de lo mismo, se inquieta, pero después comprueba que son las luces de un camión aproximándose. “El conductor me ayudó a levantar la moto, y me trajo hasta Zapala -comenta el testigo-; yo no quería hablar, me había quedado sho­ckeado, y recuerdo que me convidó coñac, una bebida fuerte que llevan siempre ellos. Y me dijo: ¿vio el satélite? (…). A lo lejos, había visto algo”.

EL TESTIGO: Una de las preguntas que a veces surgen respecto a indagar la personali­dad de un testigo después de tantos años de ocurrido el caso, está referida al valor que adquiere para la investigación tales pericias. Por eso, es conveniente señalar que si bien hay aspectos del sujeto que se modifican en el transcurso del tiempo, su es­tructura -y-aún algunos rasgos- suelen permanecer inalterables durante toda la vida. Y el psicodiagnóstico, a través de sus instrumentos técnicos, resulta uno de los medios más idóneos para indagar la psique del individuo, de un testigo que nos ofrece una fantástica narración.

En su estudio actual, se le administró una batería de técnicas proyectivas (H.T.P., Bender, y Desiderativo), junto a una entrevista diagnóstica. De las mismas, puede inferirse que Aurelio A. Lilli presenta una personalidad de características maníaco-depresivas, dotado de un funcionamiento intelectual rígido. Es hipervigilante, y posee una acentuada sensibilidad defensiva. Sus mecanismos predominantes son la formación reactiva y el aislamiento. Se observan tensiones internas y dificultades para controlar y dirigir sus emociones e impulsos instintivos. Mal control de las ansiedades. Su conducta afectiva es, a nivel endógeno o constitucional, distímica (con episodios alternos), y de reacciones hiperemotivas (o sea, respuestas afectivas exageradas) ante los estímu­los externos. Aparecen signos de posible organicidad (disfuncional) y cierto deterioro del sentido de realidad, por causas esencialmente afectivas.

Análisis y conclusiones

Un examen del conjunto de las evidencias reunidas, permiten afirmar que el testigo -en momentos de su observación, y aún con anterioridad- se hallaba bajo un peculiar estado psíquico. Aurelio Lilli se encuentra sensibilizado por la “flotilla de platos voladores” que avistó en Zapala el día anterior (presunta lluvia meteorítica) y con un pronunciado optimismo, rayano a la euforia. Sin embargo, cuando se detiene con su moto y ve una luz lejana, lo invade una sensación de temor, de soledad y sospecha. Se in­quieta: “Comencé a pensar cualquier cosa por el miedo…”, comenta. Pero cuando esa luz va en aumento y amaga descender, el mismo testigo se describe a sí “entre el estu­por y el miedo terrible”. Y en momentos en que el aparato aterriza, Lilli está profundamente conmovido, excitado, temblaba.

Aunque dice haber estado conciente de cuanto ocurría, se halla exaltado, hiperlúcido. Entonces decide acercarse. Sus funciones psíquicas se encuentran aumentadas. No así su reflexión crítica y el ordenamiento de la percepción y las ideas. En esas circunstancias pasa a observar los detalles del aparato, y a unas sombras que se movían adentro. Afirma que se trata de un plato volador, uno de esos objetos vistos corrientemente du­rante aquellos días en todo el país, quizá, como preludio de una invasión interplanetaria. Pero él los ha visto descender. “Me pellizqué una pierna con una pinza para cerciorarme de que estaba en mis cabales”, dice, poniendo de relieve su emoción intensa.

En relación a las características del artefacto, creemos plausible que se haya tratado de un helicóptero. Examinando la vasta literatura aeronáutica (2), nos inclinamos a pensar que podría ser el Sikorsky S-55, un transporte utilitario que equipó a la Fuerza Aérea Argentina desde 1960 a 1968. Con una autonomía de 3 h 30 min y un alcance de 420 km, este helicóptero de procedencia norteamericana fue utilizado como medio de enlace y destinado a tareas de abastecimiento, incluyendo salvamento y auxilio, debido a su habilidad para maniobrar y aterrizar en situaciones inaccesibles.

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Helicóptero Sikorsky S-55.

A propósito, debemos mencionar que el lugar del avistamiento se produce en Área de Frontera, donde se localizan importantes unidades militares (Las Lajas, Zapala, San Martín de los Andes), siendo frecuente el diario sobrevuelo de estos artefactos.
Hay detalles propios de helicópteros que aparecen en el relato del testigo, a saber:

a) El movimiento: El objeto habría circundado el lugar antes de bajar. Cuando descendió, lo hizo hasta una altura de 4 o 5 metros, bamboleó, y fue a posarse lentamente. Al marcharse, emplea el mismo procedimiento, elevándose verticalmente. Consiste en ma­niobras características de los helicópteros, dando vueltas sobre el terreno adonde aterrizar para inspeccionarlo, y ya sobre él, estabilizan el aparato para un suave aterrizaje vertical.

b) El sonido: El estridente silbido, “como si algo girara” o “parecía que girara”, que el testigo reproduce con su onomatopeya, resulta asombrosamente idéntico al rotor de los helicópteros, cesando cuando aterriza y “poniéndose en movimiento” al elevarse.

c) Las luces: Según la descripción, consisten en “una llamarada o lengua de fuego” de color rojo-anaranjado, que sale de la parte de abajo; una luz verde; y otra muy blanca, que destellaba en forma intermitente. Al respecto, todas las aeronaves suelen tener, además de faros de aterrizaje, luces de reconocimiento (anticolisión), instala­das por lo general en la parte inferior del fuselaje, de color rojo de gran intensidad, produciendo destellos. Y luces de posición o de navegación, cuyos colores son verde, rojo, y blanco, funcionando por lo general produciendo destellos.

Aurelio Lilli también señala haber notado “una cúpula, que podía ser de plástico” y “algo que se movía adentro (…) y como si fueran palancas”. El Sikorsky S-55 tiene su cabina en la parte superior de la sección central, desde donde se controla por medio de una instalación convencional de barra de comando.

De acuerdo a la estimación del testigo, el plato volador tenía unos 25 metros. La longitud total del helicóptero, con los rotores girando es de 18,94 metros.

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Otra imagen del Sikorsky S-55.
El detalle que se muestra incongruente es que el eje horizontal del plato se halla en la mitad de su masa, mientras que la mayor anchura del helicóptero es la que corresponde a las palas de sustentación, por encima del aparato. Será pertinente indicar que la alteración del orden de una imagen, llamada transposición, se observa en sujetos sometidos a una perturbación emocional o desórdenes de variada clase.

El testigo menciona tres marcas rectangulares encontradas en el lugar del aterrizaje, de 30-45 cm x 15 cm cada una, dispuestas a unos metros en forma triangular. El tren de aterrizaje del helicóptero es del tipo símil triciclo, con dos ruedas principales (cuyas medidas coinciden exactamente) y un conjunto de dos ruedas de nariz, más pequeñas y próximas, dotadas con amortiguación hidráulica.

En relación al fallo de la motocicleta, el mismo testigo nos aclara: “Tenía problemas de carburación y encendido. No era muy nueva. Primero lo asocié con el aparato que había visto, porque se decía que paran los vehículos, pero no. ¡Nada de eso! Hacía rato que venía fallando por el camino. Después la estuvimos arreglando, y un tiempo más continuó fallando, con cierta intermitencia”.

En conclusión: resulta probable que Aurelio A. Lilli, propenso a generar una ilusión catatímica, haya visto el aterrizaje de un helicóptero y a su tripulación.­

Referencias

(1) Jorge O. Pineda, en: El Mundo, 8ª nota, Buenos Aires, 3 agosto 1962; y: 2001-Periodismo de Anticipación, Buenos Aires, A. 3, N° 33, ps. 47/49.

Roberto Banchs, en: Boletín CIDOANI, Buenos Aires, A. IV, N° 11, noviembre 1970, ps. 6/10.

(2) Revista de Aeronáutica, Buenos Aires, N° 160, marzo 1954, ps. 243/245; Revista Nacional Aeronáutica y Espacial, Buenos Aires, N° 266, julio 1964, ps. 8/9; fascs. El mundo de la aviación, V. VII, p.1597; y Aviones de guerra, Vol. 5/10; et. al.

Nota de agradecimiento: Al personal de la Sección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Na­cional de Aeronáutica, y del Museo Nacional de Aeronáutica, y muy especialmente al Sr. Aurelio A. Lilli, por su honrado testimonio, quien nos permitió conocer algo más sobre el controvertido tema de los OVNIs.

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