miércoles, 28 de mayo de 2025

Las lesiones causadas por FANIs son reales; los veteranos están siendo ignorados; el Congreso no puede seguir ocultándose tras puertas clasificadas

Las lesiones causadas por FANIs son reales; los veteranos están siendo ignorados; el Congreso no puede seguir ocultándose tras puertas clasificadas
Por John Burroughs, sargento técnico retirado de la Fuerza Aérea de EE. UU. | Testigo de UAP y defensor de veteranos


Credito: bbc.co.uk

Durante décadas, el gobierno estadounidense ha reconocido discretamente la presencia de Fenómenos Aéreos No Identificados (FANI), objetos en nuestros cielos que desafían cualquier propulsión, maniobra o explicación conocida. No son fantasías de ciencia ficción. Son reales. El Pentágono lo admite. El Congreso ha celebrado audiencias al respecto. Se han creado oficinas enteras, como la Oficina de Resolución de Anomalías de Todo Dominio (AARO), para investigarlos.

Pero mientras los legisladores debaten cuánto revelar, veteranos como yo —quienes hemos estado en contacto cercano con estos fenómenos— vivimos con las consecuencias. Algunos sufrimos daños físicos. Otros, traumas psicológicos. Muchos han quedado abandonados, sin tratamiento, sin creer o, peor aún, silenciados.

Tuve suerte. Conté con el apoyo de mis senadores y finalmente recibí ayuda. Pero muchos otros no. Sus historias están enterradas bajo la burocracia, sus lesiones no se reconocen, su futuro se descarta en nombre de la seguridad nacional. Y el Congreso, al escudarse en informes clasificados, es cómplice de esa negligencia.

Esto no es una teoría de la conspiración. Es un patrón documentado.

Consideren esto: entre 1962 y 1973, los marineros de la Marina de los EE. UU. estuvieron expuestos sin saberlo a agentes biológicos y químicos en el marco del Proyecto SHAD. De 1955 a 1975, los soldados del Arsenal de Edgewood recibieron dosis de LSD y gas sarín para probar armas psicológicas e incapacitantes. Cientos de miles de veteranos de la guerra atómica fueron ubicados cerca de detonaciones nucleares con poca o ninguna protección. Ninguno de estos programas fue admitido hasta décadas después, y solo después de que innumerables vidas se vieron afectadas o se perdieron.

Ahora, en 2025, nos enfrentamos a la misma cobardía institucional. El personal militar que se ha encontrado con FANI reporta síntomas inquietantemente similares a los de las víctimas anteriores: daño neurológico, problemas del sistema inmunitario e incluso quemaduras similares a las causadas por la radiación. En 2005, un informe filtrado de la Agencia de Inteligencia de Defensa confirmó que la exposición a FANI puede causar lesiones cerebrales y alteraciones biológicas. Aun así, no existe un sistema para tratar o siquiera reconocer a los afectados.

El Congreso sigue eludiendo su deber. Los legisladores adoptan posturas públicas, pero cuando llega el momento de actuar —el momento de votar por financiación, transparencia y apoyo médico— se refugian en sesiones informativas a puerta cerrada y señalan material clasificado que no cuestionarán. Mientras tanto, miles de millones de dólares se canalizan hacia Programas de Acceso Especial (PAE/SAP), ocultos incluso a la supervisión del Congreso. El destino de ese dinero —y las tecnologías que financia— permanece oculto a los mismos representantes que elegimos para exigir cuentas al sistema.

No necesitamos más misterio. Necesitamos responsabilidad.

Necesitamos una auditoría independiente de los SAP relacionados con los FANIs. Necesitamos transparencia médica total para los militares expuestos durante encuentros. Necesitamos una vía segura y protegida para que quienes aún prestan servicio reporten síntomas sin poner en riesgo sus carreras ni su autorización. Y sí, necesitamos que los medios de comunicación dejen de tratar a los FANIs como entretenimiento y comiencen a investigar el costo humano del contacto.

Esto va más allá de la divulgación. Se trata de justicia.

Por cada veterano que sufre en silencio, por cada denunciante enterrado por la burocracia y por cada estadounidense que cree que el servicio debe ser honrado, no borrado, es hora de que el Congreso dé un paso adelante, deje de esconderse y haga su trabajo.

Porque el secretismo no es excusa para el descuido.

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John Burroughs es un sargento técnico retirado de la Fuerza Aérea de los EE. UU. y testigo directo del incidente del Bosque de Rendlesham de 1980. Defiende los derechos de los veteranos heridos en encuentros sin explicación y la transparencia gubernamental en materia de FANI. Las opiniones expresadas en esta columna son las del autor.




Modificado por orbitaceromendoza

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