jueves, 4 de noviembre de 2021

Buscando artefactos alienígenas en la órbita geoestacionaria

Buscando artefactos alienígenas en la órbita geoestacionaria
Por Daniel Marín



Cuando en 1950 el célebre físico Enrico Fermi dijo aquello de «¿dónde está todo el mundo?» no sabía que estaba sembrando la semilla de la famosa paradoja que llevaría su nombre. A día de hoy, seguimos sin tener una respuesta a la Paradoja de Fermi, una paradoja que se suele resumir de la siguiente forma: puesto que la vida inteligente en la Tierra no parece que sea muy especial —estamos hechos de elementos y compuestos comunes, orbitamos una estrella relativamente común, etc.—, debería haber miles o millones de civilizaciones en la galaxia —ecuación de Drake mediante—, pero no vemos rastro alguno de las mismas. Con «rastro» se suele entender que hablamos de señales de radio o algo parecido, señales usando máseres o láseres. Sin embargo, se suele olvidar que cuando Fermi planteó su paradoja se refería explícitamente a visitas alienígenas a nuestro sistema solar. Efectivamente, un cálculo rápido nos muestra que una civilización inteligente podría visitar todos los sistemas estelares de la galaxia en un plazo de cientos de millones o, a lo sumo, unos pocos miles de millones de años, siempre moviéndose a velocidades sublumínicas. Entonces, volviendo a Fermi, ¿dónde están?


La Tierra vista desde un satélite geoestacionario (en este caso, el Elektro-L nº 2 en 2012) (Roscosmos).


Una posibilidad es que hayan pasado de largo hace mucho tiempo. Al fin y al cabo, el ser humano lleva sobre la Tierra una fracción minúscula de la edad de nuestro planeta. Pero, ¿y si dejaron alguna huella de su visita? Esta —remota— posibilidad se encuadra en la actualidad dentro del apartado de detección de tecnomarcadores —huellas tecnológicas de otras civilizaciones susceptibles de ser observadas por instrumentos astronómicos—, aunque se suele mencionar con la boca pequeña (huelga decir que a muchos investigadores no les interesa mucho que los relacionen con una posible búsqueda de «artefactos alienígenas» por el sistema solar). Pero, aunque la probabilidad sea bajísima, en algunas circunstancias no perdemos nada por probar esta hipótesis. Un buen ejemplo es el reciente artículo a cargo de un grupo de investigadores con Beatriz Villarroel a la cabeza que plantean buscar evidencias de objetos alienígenas —o, como se denomina en la la jerga de tecnomarcadores, NTA (Non-Terrestrial Artefacts)— en órbita geoestacionaria antes del nacimiento de la era espacial en 1957.


Órbita geoestacionaria (NASA).


La razón de buscar estos TNA en la órbita geoestacionaria (GEO) y no en otro tipo de órbita es debido a que, por un lado, se trata de una órbita relativamente estable y, por otro, que es muy atractiva desde el punto de vista de un observador alienígena, ya que permite contemplar la misma zona del planeta continuamente. La estabilidad es importante porque implica que una posible sonda que haya visitado nuestro planeta hace miles o, incluso, millones de años todavía podría estar en GEO. Otro motivo es que los TNA que se hallen en GEO, al igual que el resto de satélites en esa órbita, no mostrarían un brillo más o menos continuo como el trazo que deja un satélite situado en órbitas bajas o medias, sino que generarían destellos de 0,2 a 0,4 segundos de duración (evidentemente, esto dependerá de la forma precisa del TNA). Naturalmente, si descubrimos algún destello en el cielo en una placa fotográfica de antes de 1957, lo más probable es que sea ruido o la contrapartida óptica de algún fenómeno astronómico transitorio asociado con sucesos de alta energía (kilonovas, explosiones de rayos gamma, etc.), sucesos que pueden tener lugar en toda la bóveda celeste o cerca del ecuador galáctico. Que el destello se produzca justo en la banda de GEO es mucho menos probable.


Ejemplo de destellos que aparecen en fotografías de los años 50 (izquierda) y que están ausentes de imágenes actuales (de 2015) (Villaroel et al.).


Entonces, ¿qué debemos buscar? Un solo destello no basta. Además de fenómenos energéticos transitorios, hay muchos otros sucesos y, sobre todo, fuentes de ruido que son capaces de crear puntos de luz en una placa fotográfica. Los autores concluyen que lo ideal sería buscar líneas de puntos formadas por, al menos, cuatro o cinco destellos, ya que, en este caso, la probabilidad de que estemos ante un suceso aleatorio es casi nula. Sí, todos estamos de acuerdo en que es altísimamente improbable encontrar TNA en la órbita geoestacionaria, pero, como decíamos, no perdemos nada por intentarlo. Con las herramientas actuales de análisis de imágenes esta búsqueda no debe ser especialmente compleja. Es más, debemos hacerlo ya, porque la ventana de oportunidad se está cerrando. Efectivamente, cada vez hay más satélites, y restos de satélites, en GEO. Si, por un casual, dentro de unas décadas descubrimos un candidato a TNA en datos antiguos puede que ya sea demasiado tarde para identificarlo en órbita por culpa de la gran cantidad de objetos que hay allá arriba. Por otro lado, el estudio de esta hipótesis puede darnos indirectamente más información sobre la estabilidad de los objetos geoestacionarios, lo que a su vez serviría para entender mejor las características de uno de los tecnomarcadores más prometedores: los exocinturones de Clarke, un concepto propuesto por Héctor Socas en 2018.

En cualquier caso, la búsqueda de TNA también podría extenderse a la superficie de la Luna (por ahora no hemos encontrado nada, ni siquiera un monolito negro enterrado en el cráter Tycho) o a los puntos de Lagrange L4 y L5 del sistema Tierra-Luna y del sistema Tierra-Sol, zonas muy estables que podrían albergar TNA durante millones de años.



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