J.J. Benítez ante María Zabay: “Los militares lo saben todo y callan”
Cuerpos que pesan como plomo, seres detrás de cristales blindados y balas que se desintegran: la verdad oculta en “Están aquí”.
por Luis Emilio Annino
Fragmento del diálogo entre J.J. Benítez y María Zabay en «El Foco»
El incidente de Roswell (julio de 1947)
J.J. Benítez arranca con uno de los casos más famosos de la ufología mundial: en julio de 1947, en los alrededores de Roswell (Nuevo México), una nave desconocida se estrelló o fue derribada. En el lugar se encontraron cuatro seres de aproximadamente un metro de estatura, de piel grisácea y cabezas desproporcionadas. Dos estaban ya muertos; los otros dos vivos. Cuando llegaron los primeros soldados, una de las criaturas vivas intentó huir desesperadamente y fue abatida a tiros en el acto. Solo quedó un superviviente, que fue trasladado rápidamente a una base militar. Lo más impactante es que, antes de que el ejército acordonara la zona, más de seiscientos civiles —incluidos los niños y profesores de un colegio cercano que estaban de excursión— pasaron por el lugar, vieron los restos de la nave y los cuerpos, e incluso algunos tocaron los fragmentos metálicos que, según recuerdan, recuperaban solos su forma original.
La pregunta incómoda sobre las pruebas
María Zabay interrumpe para plantear la cuestión clave: ¿existe alguna fotografía o filmación auténtica que demuestre todo esto y que no haya sido manipulada? Recuerda que, aunque en 1947 era mucho más difícil falsificar material que hoy con los deepfakes, siempre existieron trucos de laboratorio. Benítez es tajante: no hay ni una sola prueba física pública porque los archivos del Ejército de EE. UU. siguen clasificados y, en su opinión, jamás se abrirán. Lo único que queda son los testimonios directos de cientos de personas —casi todas ya fallecidas—, especialmente el del granjero Mac Brazel y su hijo pequeño, que llegaron los primeros al lugar del impacto y vieron a los dos seres vivos todavía dentro de los restos de la nave, visiblemente aterrorizados, moviéndose con dificultad y emitiendo sonidos agudos que el niño nunca olvidó.
El búnker secreto cubano y el ser capturado por orden de Fidel
La conversación vira hacia Cuba. Zabay menciona un caso estremecedor que Benítez incluye en su último libro: Fidel Castro habría ordenado mantener cautivo a un ser no humano. Benítez confirma que le costó años convencer al testigo principal —un hombre que en la época tenía 8 o 9 años— de que hablara, y solo lo hizo bajo absoluto anonimato. El niño veraneaba en el sur de la isla cuando una amiga de su edad lo llevó una noche a una granja fuertemente custodiada con alambradas. Cruzaron terrenos prohibidos hasta llegar a una gigantesca rueda de camión que, al girarla, abría una puerta blindada hacia un búnker subterráneo. Avanzaron por pasillos hasta una sala iluminada con luz fría donde había una enorme cristalera de vidrio blindado.
El encuentro cara a cara detrás del cristal
Al otro lado del cristal, sentado en un sillón reclinable similar al de un dentista, estaba el ser: cabeza descomunal, piel grisácea, ojos negros enormes y sin párpados que ocupaban casi toda la cara. Al notar la presencia de los niños, el ser giró lentamente la cabeza y los miró fijamente durante varios segundos. El testigo recuerda que sintió un escalofrío indescriptible y que la niña que lo acompañaba le apretó la mano con fuerza. De pronto sonaron estridentes alarmas, se encendieron luces rojas y un grupo de soldados armados irrumpió en la sala, los agarraron bruscamente y los sacaron del complejo. Nunca volvió a ver a la niña ni supo qué fue de ella.
Güines, 1930: el “niño” que pesaba como plomo
Zabay introduce otro caso cubano antiguo, ocurrido en 1930 en el municipio de Güines (provincia de Mayabeque, a 55 km de La Habana). Un capitán de la marina española que prestaba servicio en Cuba circulaba de noche por la carretera cuando vio tendido en el suelo lo que creyó un niño herido. Se detuvo, se acercó y comprobó horrorizado que no era humano: medía apenas un metro, tenía la cabeza muy grande y la piel grisácea. Intentó levantarlo para meterlo en el coche, pero le fue literalmente imposible: pesaba tanto como si estuviera hecho de plomo macizo. Llamó a su chófer y entre los dos tampoco pudieron moverlo ni un centímetro. Al día siguiente regresaron con más hombres y no quedaba ni rastro del cuerpo ni marca alguna en el asfalto.
Guantánamo y Talavera la Real: cuando las balas se desintegran
El último bloque aborda fenómenos de “campos de fuerza”. Zabay recuerda el incidente de la base de Guantánamo donde tres militares dispararon misiles contra un OVNI y los proyectiles se disolvieron en el aire antes de tocarlo. Benítez afirma que es algo recurrente y lo compara con el célebre caso español de la base aérea de Talavera la Real (Badajoz, Extremadura) en 1976: tres soldados de guardia y su perro se encontraron de noche con un ser de más de dos metros de altura, luminoso, que flotaba con los brazos en cruz. Abrieron fuego con ametralladoras Z-70; se escucharon los disparos, se vieron los fogonazos, pero los casquillos nunca cayeron al suelo y no apareció ni una sola bala impactada, como si los proyectiles se hubieran volatilizado al chocar contra una barrera invisible que protegía al gigante.

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