miércoles, 20 de diciembre de 2023

Avistamiento de OVNIs en la Antártida: conversando con Abelardo Báez Cortés

Avistamiento de OVNIs en la Antártida: conversando con Abelardo Báez Cortés
por Guillermo Correa




Hace algunos días nuestro colega y compañero de universidad en los años setenta, Abelardo Báez Cortés, nos envió un link del programa “Así Somos” de La Red Televisión donde se trató “El incidente de la Isla Roberts” evento acaecido en la Antártida chilena relacionado con el avistamiento de objetos voladores no identificados (OVNI) ocurrido a principios del año 1956, donde él tuvo una directa participación.

Con Abelardo no solo somos compañeros de Universidad y colegas, sino también es un amigo y un camarada con quien hemos compartido parte importante de nuestras vidas. Hasta el día de hoy esa estrecha y cariñosa relación se sigue manteniendo a pesar de que nuestros encuentros físicos se hayan hecho cada vez más esporádicos, sobre todo ahora en estos tiempos de pandemia. Sabía que Abelardo había conocido la Antártida en un viaje de carácter científico, pero no había escuchado jamás esta sorprendente historia relatada en este programa televisivo. Coincidió esta información enviada por el propio Abelardo al whatsapp de nuestro curso de Odontología, con un encuentro que tendríamos un grupo de amigos(as) y colegas en su casa de Quebrada Alvarado el viernes primero de abril. Obviamente que era la ocasión precisa para preguntarle por este acontecimiento y poder así escuchar directamente su testimonio, el testimonio directo de un protagonista de esta historia.

La conversación se desarrolló en forma muy agradable y fluida, sobre todo porque Abelardo conserva intacta la memoria para relatar este episodio y posee una excelente capacidad de oratoria para realizar los relatos en forma coherente, detallada y amena.

Abelardo era un muchacho de 18 años cuando, por esas cosas de la vida, tuvo la oportunidad de viajar a la Antártida, “imagínate un muchacho de mi edad, de 18 años, lleno de entusiasmo por las aventuras, por conocer nuevas tierras, por conocer mi país, y sin quererlo me encuentro con un viaje científico nada menos que a la Antártida chilena”, me dice.

Tengo entendido que estuviste un tiempo en la Marina…

“Claro, efectivamente mi intención fue seguir la carrera en la Armada. Ingresé a la Armada a los 16 años, estuve dos años en ella. El primer año, todo el período del año 53, lo pasé en la Isla Quiriquina, y el segundo año, el 54, anduve embarcado, porque cuando aprobabas en la Escuela de Grumetes te destinaban a un barco según el puntaje que habías obtenido. A mí me iba a tocar el viaje al extranjero, porque salí entre los cien primeros y me correspondía ir en el Buque Escuela que en esa época era la fragata “Baquedano”, pero ya la habían dejado como buque escuela para hacer el curso de los pilotines, entonces el viaje al extranjero se hacía en un barco de guerra, el transporte Errázuriz o el transporte Pinto, pero ese año, siendo presidente Carlos Ibáñez del Campo, se hicieron una serie de recortes económicos y se suprimió el viaje al extranjero por lo que nos destinaron al Buque madre de submarinos “Araucano” y en este barco anduve navegando ese año. Después de un tiempo me fui dando cuenta que esa vida no era para mí, yo necesitaba libertad y no estaba dispuesto a obedecer órdenes porque sí no más. Por eso decidí retirarme. Estuve dos años ahí, me retiré de la marina en diciembre del año 54.”

¿Qué hiciste entonces?

“Mi padre era estibador y yo podría haber seguido su misma senda, ser también estibador, pero él siempre me decía que debía estudiar, no quedarme en esa pega porque era muy dura. Por eso había querido probar en la Armada, entonces cuando me retiré de la Marina yo quería trabajar para ayudar en la casa, pero mi padre y mi madre me dijeron que era muy joven para trabajar y debía estudiar, que casa y alimento no me faltarían.

Pero seguí en mi postura rebelde de no querer seguir estudiando. Yo quería aportar en la casa y me dediqué a buscar algún trabajo. Estuve casi un año sin encontrar nada y una vez que estaba leyendo los avisos de trabajo en el diario vi que se necesitaba un ayudante técnico de laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Chile. Había que postular y asistir a una entrevista. Cuando llegué me encontré que eran más de veinte personas las que estaban postulando. Al final de las entrevistas quedamos solo dos postulantes seleccionados y nos dijeron que no podían decidir en ese momento quién sería el aceptado, pero que nos llegaría una carta al domicilio para decirnos si éramos o no el seleccionado. Tiempo después llega el cartero a mí casa y resultó que llevaba la carta en donde se me comunicaba que había sido seleccionado para trabajar en la Estación de Biología Marina de la Universidad de Chile. Al parecer los dos años en la marina me favorecieron ya que tenía conocimientos que eran útiles en el Departamento de Biología Marina.”




¿Qué edad tenía entonces?

“18 años cuando quedé seleccionado como ayudante técnico.”

¿Cuánto tiempo después viene lo del viaje a la Antártida?

“Apenas tres meses después de que estaba trabajando me dicen que hay un viaje científico a la Antártida y que irían tres personas. Para mí sorpresa estoy entre los seleccionados para ir en el viaje. Eso para mí era algo fabuloso, una verdadera aventura. Imagínate lo contento que estaba.”

¿De qué año estamos hablando?

“Es el año 1955, por ahí por el mes de noviembre partimos. Llegamos allá en un viaje en barco y luego nos fueron a dejar a la Isla Roberts a un refugio que existía allí para los marinos que salían en sus expediciones. Nosotros permaneceríamos durante un mes allí haciendo los trabajos científicos, los estudios y las exploraciones. Era un lugar solitario, por esa razón agregaron a nuestro equipo a un Enfermero de la Armada. Los otros integrantes estaban un poco preocupados porque estaríamos completamente solos, pero para mí, que en esa época era un muchacho al que le gustaban las aventuras, eso no me preocupaba en lo más mínimo. Incluso teníamos un equipo de radio para comunicarnos que se echó a perder a los pocos días, lo que preocupó aún más a los otros integrantes del grupo.”


De izquierda a derecha: Celestino Castro, Abelardo Báez, Jorge Moder y el Sargento Adofacci (fotografías facilitadas por Abelardo Báez)


¿Dónde los llevaron?

“A la Isla Roberts. Éramos 4 en total. Uno era de la Armada, el Sargento Adofacci, que era enfermero, encargado de sanidad, por si nos pasaba algo o había algún accidente y se necesitaran los primeros auxilios. Moder era el Glaciólogo de la Universidad Católica, montañista, un científico, que es el que describe en un documento que tengo por ahí todo lo que registró. Nosotros íbamos por la Estación de Biología Marina de la Universidad de Chile de Valparaíso, el Biólogo Marino Celestino Castro y a mí la Estación me designó como su ayudante. Yo tenía 18 años y los 19 los cumplí allá en la Antártida el 23 de enero. Todo este fenómeno donde aparecen los “zepelines” ocurre allá un 4 de enero del año 1956.”


Abelardo a la entrada del Refugio de Isla Roberts


¿Cuándo y cómo ocurre el avistamiento de los objetos en el aire?

“Nos quedamos ahí los cuatro en un Refugio que se llamaba Coppermine, en la Isla Roberts, para poder cumplir las tareas de investigación.

Las dotaciones de las Bases salen a hacer reconocimientos y para eso tenían estos refugios habilitados y muy bien equipados con alimentos y otras cosas. Había unas bodegas llenas de conservas que las renuevan todos los años para que no se vayan a echar a perder. A nosotros nos dejaron dos sacos de harina y un cuarto de animal enterrado en la nieve para que tuviéramos carne fresca, teníamos de todo, carbón de piedra para las salamandras, pero estaba presente el aislamiento y la soledad.

Celestino Castro, que era mi jefe, dormía poco porque estaba muy alterado por ese aislamiento y ahora lo entiendo, porque estábamos muy alejados de la Base de la Marina, que era la Base Arturo Prat que estaba muy lejos de la Isla Roberts, además, se nos echó a perder la radio con la que todas las tardes nos comunicábamos con la Base y eso no se pudo hacer más, entonces quedamos prácticamente aislados. Teníamos que estar un mes ahí.

Entonces el viejo Castro que estaba siempre medio desvelado, yo le digo viejo, pero debe haber tenido unos cuarenta años, sale una mañana a tomar aire y regresa desesperado gritando al refugio contando lo que había visto. El primero que se levanta es el Moder, Jorge Moder, que comprueba la cosa, después salió el sargento Adofacci; yo pensaba que estaban leseando, con mis 18 años estaba calientito en la cama y no quería levantarme todavía, pero como nadie volvía me levanté y salí a mirar qué pasaba. Efectivamente era cierto la cosa. Eran dos zepelines, como lápices, con esa forma, que estaban en forma vertical en el cielo y que no se movían, estáticos en el aire. No tenían ventanas, se veía cambios de colores violetas, fucsias, plateados. Y ahí comienza toda esta historia.”

¿Qué sensación experimentaste al salir del refugio y ver los objetos en el cielo?

“Fue algo impresionante. Hay una especie de canal que se forma entre la isla y el continente y ver estos objetos allí, paralelos entre sí, me dejó impresionado. Como ya tenía los comentarios de los que se habían levantado antes no sentí susto, sino más bien se me produjo una interrogante respecto a de qué se trataba todo esto.”

¿Qué sucede entonces?

“Jorge Moder se volvió como loco, regresa adentro del refugio a buscar sus instrumentos para hacer ciertas mediciones, llevó un altímetro, que para mí que era un profano en eso era algo espectacular. Con eso midió la altura del objeto y según describe en el documento era de prácticamente 150 metros de longitud. Ambos objetos estaban ubicados en forma vertical, parecían unos zepelines.

Lo más impactante fue cuando Moder llegó con una especie de espejo, un lente polarizado, y empezó a hacer señales, trató de comunicarse y hubo como un acercamiento de estos objetos, como que se produjo una distracción de estos objetos y se acercaron. Como Moder ya había también medido la radioactividad que emitían, del entorno donde estaban estos objetos, se pudo observar como cambió la radioactividad, y al ver que la radioactividad seguía aumentando Celestino Castro se alteró mucho, se asustó, le pegó con un palo y le hizo pedazos el espejo al Moder para que no siguieran acercándose los objetos, porque en la medida que se comunicaba los objetos se acercaban un poco. Celestino tenía miedo que si seguían acercándose y seguía aumentando la radiactividad fuéramos a morir todos.

Nos fuimos para adentro del refugio, comentamos este fenómeno y nos preguntamos qué hacemos ahora, entonces decidimos alejarnos.”

¿Qué comentaron o reflexionaron en ese momento?

“En un comienzo pensamos que se trataba de un fenómeno propio de la naturaleza de la Antártida, un territorio que nosotros no conocíamos, como si se tratara de algo parecido a la aurora boreal u otro fenómeno, por ejemplo, ese tipo de comentarios hicimos.

Pero eran dos zepelines tan identificables y ubicados en una posición que nada tenía que ver con la costa, con el mar, con el cielo, entonces se nos produjeron todas esas interrogantes. Como te decía, después salimos a medir con los instrumentos y cuando entramos a preocuparnos fue al ver que seguían allí, por eso decidimos irnos hacia unas cuevas para protegernos, porque pensamos que el refugio era muy vulnerable.

Como en nuestras andanzas por la isla, buscando material, algas, oxígeno en él mar, salinidad, para llevar muestras, descubrimos que había unas especies de cuevas en una parte de la isla, decidimos irnos para allá. Partimos a las cuevas, pero en la tarde empezó a hacer mucho frío así es que volvimos al refugio y los objetos seguían allí en el cielo. El hecho es que estuvieron 36 horas allí estáticos.”


Baéz, Moder y Castro celebrando la navidad. Detrás se aprecia el Refugio de la Isla Roberts


¿Hicieron algunos movimientos los objetos?

“Claro, lo curioso es que los objetos empiezan a hacer unos movimientos a una rapidez que se calculó en casi cuarenta y cinco mil kilómetros por hora como lo describe Moder, se movían en zigzag y después se paraban en seco. Seres humanos, a esa velocidad, dentro de esos objetos, quedan molidos por la inercia. Eso significaba para él que no eran seres de este planeta.

Ahora, otro detalle importante que recuerdo es que la orientación de estos objetos era siempre hacia la base militar de los marinos, la Base Prat que estaba en la Isla Greenwich. Se movían en zigzag, se detenían y volvían.

No recuerdo haber tenido angustia, ni miedo, yo la tomé más bien como una aventura que para un cabro de 18, casi 19 años, es algo que te sorprende, pero al mismo tiempo te alegra de haber tenido la oportunidad de ver algo así.

De repente, un día en la mañana al salir, ya no estaban.”

¿Ustedes experimentaron algún cambio físico, o alguna sensación extraña en esos momentos?

“No nos produjo ninguna alteración física, solo la impresión, unos estaban más alterados que otros. Moder, siendo un científico muy moderado, calculador, que hizo como de líder frente a la emergencia, no le pasó nada, a mí tampoco, ya que por mi edad todo era una aventura; el Sargento Adofacci tampoco se veía muy preocupado. A Celestino Castro que era mí jefe, en cambio, que era un viejo muy sabio, un hombre extraordinario, se le produjo una alteración psíquica más o menos seria, entró en un estado de angustia, de pánico.”

¿Alguien más supo de este episodio en esa época?

“Claro. Después viene todo lo demás cuando llegamos al barco a contar la historia. Nos recibe el Comandante, Comodoro le llamábamos nosotros, y nos requisó todo, requisó los rollos de fotos, porque Moder y Castro tenían unas máquinas fotográficas muy buenas. Parece que hay un secreto oficial que maneja toda esa información. Y, además, nos indicaron prohibición terminante de comentar el hecho.

Después, según el relato de Jorge Moder, que siguió investigando porque continuó muy preocupado de la situación tratando de averiguar qué pasó con toda esta documentación, supimos que fue enviada a Estados Unidos, por la Armada de Chile, al parecer.”

¿Cuánto tiempo después pudiste contar esta historia?

“Ahora que aparece esto en la televisión, yo estuve allá el año 55, como 66 años después recién sale a la luz pública este episodio.

Todos quedamos muy impactados con esto, tanto es así que cuando a Moder lo entrevista el Canal 13, hace muchos años atrás (abril de 1968), el accede a esa entrevista, pero aparece de espaldas, sin mostrar su rostro. Claro, porque el Comodoro, el Capitán de Navío que mandaba toda la expedición en la Antártida nos prohibió terminantemente comentar nada, porque o si no tendríamos que asumir las consecuencias…

En estos momentos soy el único sobreviviente de esta historia…”


Abelardo Báez Cortés nació el 23 de enero de 1937 en el Hospital Deformes de Valparaíso –donde actualmente se encuentra el edificio del Congreso Nacional- vivió por más de 20 años en el Cerro Toro de la ciudad puerto y desde hace varios años vive en la localidad de Quebrada Alvarado, tierra natal de su familia materna.

Buscando información en la web sobre este caso en particular logré encontrar un par de informaciones al respecto, una de ellas en la página web oficial del Comité de Fenómenos Aéreos Anómalos (CEFAA), organismo oficial de la Dirección General de Aeronáutica Civil,con el título de “Caso Isla Robertson en la Antártica” publicado el 29 julio 2015 por Plataforma Sites Dgac, y la otra en el blog Antártida Enigmática, publicada el 13 de septiembre de 2019 bajo el título “Sorprendente novedad actualiza el caso de dos extraños cilindros que se vieron en la Antártida en 1956” 




En un segundo encuentro con Abelardo el martes 05 de abril quise precisar algunas cosas consultándole en primer lugar respecto a cómo y cuándo concluyó sus estudios secundarios, ya que me había relatado que cuando cursaba el tercer año de humanidades (primero medio de ahora), había dejado de lados los estudios “en una actitud totalmente rebelde que me vino de repente”, respondiéndome esta vez que:

“Cuando entré a trabajar como auxiliar en el Laboratorio de Química del Mar en la Estación de Biología Marina, el Profesor Etcheverry, que era del Departamento de Fitología de algas marinas, me insistió en que debía retomar los estudios, pero yo seguía en mi posición rebelde de no seguir estudiando. Esto era el año 55 y en noviembre se produce el viaje a la Antártica del que hemos estado conversando anteriormente. Cuando volví de aquel viaje y me reincorporo al trabajo el año 56 en Biología Marina, después de almuerzo el profesor Etcheverry me llama y me dice “hoy día, a las ocho un cuarto de la noche, tiene que estar en el Liceo Eduardo de la Barra porque usted está matriculado en el Tercero A para que termine sus estudios secundarios”. Así fue como retome los estudios. Los profesores que hacían clases diurnas en el Liceo Eduardo de la Barra formaron el Liceo Nocturno del Eduardo de la Barra para los obreros y la gente trabajadora, con un horario entre las ocho y un cuarto de la noche hasta las 12 un cuarto de la noche y para poder matricularte tenías que mostrar el certificado laboral. Esa fue una iniciativa muy extraordinaria. Como yo salía a las cinco y media de la pega en Montemar, alcanzaba a ir a la casa a tomar onces y partía al liceo. Así fue como terminé los estudios de humanidades.”

También le consulté en esta oportunidad si la Isla Roberts que nombraba él en su testimonio correspondía a la Isla Robertson que aparecía en un artículo encontrado en internet, explicándome Abelardo:

“No, no, no; no son lo mismo. Si lees todos los documentos que te pasé ahora verás incluso las diferencias de la situación geográfica de la Isla Robertson respecto a la situación geográfica de la Isla Roberts, por ejemplo, a la latitud tanto esta ésta isla, a la latitud tanto está la otra, son dos islas totalmente distintas y bien diferenciadas. Al parecer, en forma intencional le cambiaron el nombre a la Isla Roberts, para distorsionar un poco toda esta cosa, eso es lo que se da a entender ahí en los documentos.”

¿Cuánto tiempo estuvieron en la Isla Roberts?

“No alcanzamos a enterar el mes como estaba estipulado, porque cómo se nos había echado a perder la radio de comunicaciones en la Base se alarmaron y nos vinieron a buscar como el 20 de enero, alcanzamos a estar como tres semanas en la Isla Roberts.”

En los documentos facilitados por Abelardo Báez (Informes científicos entregados al Comandante en Jefe de la Décima División Antártica por los investigadores Jorge Moder Jorquera y Celestino Castro Alvarenga, en Bahía Chile el 13 de febrero de 1956) se individualiza específicamente la Isla Roberts. Además, Celestino Castro detalla en su Informe que en dicha isla “La Comisión estuvo integrada por el suscrito y por los Sres. Jorge Moder, Héctor Adofacci y Abelardo Báez, y la bandera de Chile estuvo izada durante 25 días, que fueron del 19 de Diciembre de 1955 al 12 de Enero de 1956, en el refugio Cooper Mine.”


Abelardo Báez junto al helicóptero en la Antártica



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